La propuesta de Manuel Herce pretende ser integradora,
presuponiendo que en lo primero que se piensa típicamente cuando se habla de
movilidad urbana es en las políticas administrativas de transporte colectivo,
emanadas de una autoridad pública. Por el contrario, el autor no se centra sólo
en esta arista, sino que se preocupa de enfatizar que el automóvil de uso
privado puede ser también un medio de transporte urbano eficaz, y también
dedica un capítulo del libro al problema del transporte comercial y de mercancías
dentro de las ciudades. Así, todo es parte del concepto de derecho a la
movilidad que desarrolla.
El autor propone un nuevo modelo de atención a las distintas
necesidades de relación de los ciudadanos; apuesta firmemente por el transporte
colectivo, en la certeza de que cada modo tiene unos requerimientos de demanda
y distancia de desplazamiento que obligan a confiar en la intermodalidad como
respuesta; y anima a proseguir en la tarea iniciada por muchos Ayuntamientos de
rescatar el espacio público urbano para el desplazamiento a pie o en bicicleta,
menos contaminante, más saludable y más adecuado a las carencias de energía que
amenazan al planeta.
Junto con defender el transporte colectivo, plantea nociones
para hacerlo más eficiente, según los requerimientos específicos de las
ciudades; por otro lado, celebra la labor de municipios que han emprendido
planes por peatonalizar las calles, hacerlas más aptas para el desplazamiento a
pie y en bicicleta, como modo de rescatar el espacio público urbano y promover
un transporte menos contaminante, más saludable y más adecuado a las carencias
energéticas. Y aún cuando la necesidad del transporte colectivo y de la
apertura de las calles citadinas al peatón son importantes, Herce enfatiza que
el automóvil privado sigue siendo un medio de transporte eficiente y primordial
para habitantes de la periferia de las ciudades, a donde el transporte
colectivo llega con menos facilidad.
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